La paradoja del corazón
“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón.” Lectura de hoy: Mateo 22:37–40
DEVOCIONAL
Luis Guzmán.

Reflexión:
¿Qué significa amar con todo?
Durante una conversación surgió una idea profunda: Dios nos pide que lo amemos con lo más engañoso que tenemos: el corazón. Y lo hace con pleno conocimiento de nuestra naturaleza. Esto nos introduce a una gran paradoja espiritual: Dios desea lo mejor de nosotros, y también lo más roto.
Dos cuerdas que sostienen todo
Jesús resume toda la Escritura en dos cuerdas de amor:
Amor a Dios: entrega, obediencia, adoración.
Amor al prójimo: servicio, cuidado, respeto.
Estas dos cuerdas son como los cables principales de un puente colgante, de los que penden la ley, los profetas, y toda la estructura espiritual. Sin esas cuerdas, todo lo demás colapsa: doctrina, ministerio, servicio, etc.
La paradoja del corazón
Aquí está lo sorprendente: Jesús empieza con el corazón.
Para los hebreos, el corazón (lev) no era solo emociones, sino el centro de las decisiones, la voluntad y las motivaciones.
Sin embargo, la Biblia también dice: “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?” (Jeremías 17:9).
La paradoja es clara:
Dios nos pide que lo amemos con lo más engañoso, lo más inestable, lo que nosotros mismos no terminamos de comprender.
¿Por qué? Porque lo que Él quiere no es solo lo bueno que podemos darle, sino todo lo que somos, incluso lo que necesita ser transformado. Amar a Dios con el corazón implica poner en sus manos lo más frágil y contradictorio de nuestro ser.
Dios conoce y purifica el corazón
La buena noticia es que Dios no nos deja solos en esta paradoja:
“Yo, el Señor, que escudriño la mente, que pruebo el corazón, para dar a cada uno según su camino, según el fruto de sus obras.” (Jeremías 17:10).
“Les daré un corazón nuevo y pondré espíritu nuevo dentro de ustedes; quitaré de su carne el corazón de piedra y les daré un corazón de carne.” (Ezequiel 36:26).
El mismo Dios que exige amor total del corazón es el que sondea, limpia y renueva ese corazón para que pueda amar de verdad.
El fruto de nuestras obras
El fruto revela la raíz.
Si el corazón no está rendido a Dios, el fruto será engañoso como él mismo.
Si el corazón está entregado, Dios alinea el fruto a las dos cuerdas de amor.
Así lo dice Pablo:
“El amor no hace mal al prójimo; así que el cumplimiento de la ley es el amor.” (Romanos 13:10).
En otras palabras, el fruto visible de nuestras obras debe mostrar amor a Dios y amor al prójimo.
Así también, los dones que Dios nos da no nos hacen espirituales en sí mismos. Lo que cuenta es desde dónde los usamos. ¿Qué produce nuestro corazón cuando tiene herramientas, dones, influencia?
Aplicación:
Preguntas para examinarte hoy:
¿Estoy rindiendo mi corazón entero o solo mis partes “buenas”?
¿Mi ego necesita protagonismo para sentirse valioso?
¿Estoy aprendiendo a reaccionar con fruto… o sigo respondiendo igual que antes?
¿Mi creatividad, mis dones y mis logros apuntan a mí… o a Dios?
¿Estoy dispuesto a fallar públicamente sin defender mi imagen, si eso glorifica más a Cristo?
Oración:
Señor, gracias porque ves más allá de nuestras apariencias. Recibes nuestro corazón tal como está —incompleto, contradictorio— y en tu amor lo vas formando.
Ayúdanos a recordar que lo que hacemos es para Ti. Que nuestras obras y nuestros frutos estén alineados a esas dos grandes cuerdas de amor: hacia Ti y hacia nuestro prójimo.
Gracias por transformar nuestro corazón, por darnos oportunidades para mostrar frutos nuevos. Y gracias también por bajarnos el ego, por ayudarnos a trabajar sin necesidad de reconocimiento.
Todo lo que somos, todo lo que hacemos… es para Ti.
Amén.
Mateo 22:37–40:
"Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente.
Este es el primero y grande mandamiento.
Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.
De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas.."
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